Mucho se ha hablado sobre las consecuencias que indudablemente quedarán grabadas como vestigio de una pandemia que desde el principio nos tomó desprevenidos, privándonos de situaciones tan “simples y cotidianas” a las que nos les dábamos el justo valor, pero que al paso del tiempo, dejan ver lo importante y necesarias que son para nosotros: El simple hecho de caminar por las calles, de saludar “de beso” o de mano, de reunirnos con la familia para celebrar algún cumpleaños; de asistir al cine o ir al súper para comprar la despensa de la semana, son situaciones que pasaron de considerarse tan triviales, a ser ahora valoradas como acciones riesgosas, que deben ser suprimidas o permitidas únicamente bajo las más estrictas normas de seguridad y “sana distancia”. En el presente, como en ningún otro momento, se cumplen cabalmente los viejos adagios de que “lo más simple es lo más importante” y “la salud es el mayor tesoro que tenemos”.
Nadie está exento de este problema de salud pública y con sus diferentes matices, todos estamos sufriendo los efectos derivados de un problema que lejos de ser controlado, parece fortalecerse día con día, bajo la consabida frase de que “llegó para quedarse”. Las estadísticas muestran que el sector de la población más vulnerable es el de los adultos mayores y que el menos afectado es el conjunto de jóvenes y niños…nada más alejado de la realidad. Posiblemente estas aseveraciones se justifiquen en el número de decesos contabilizados al momento, o en los estragos visibles y palpables, producto de las secuelas de esta enfermedad; pero también hay un sinnúmero de efectos no perceptibles a la simple vista, que no pueden ser detectados a través de las pruebas comunes de laboratorio, que no se manifiestan a través de una radiografía o que escapan al entrenado “ojo clínico” de nuestros doctores, y éstos precisamente, son los que están padeciendo nuestros niños y jóvenes en edad escolar.
Si para nosotros, los adultos, con toda la experiencia y vivencias cargadas en nuestros hombros, aún nos resulta muy difícil adaptarnos a esta nueva realidad y aún vemos muy complicado modificar nuestros hábitos y costumbres para vivir de una manera diferente a la que estábamos acostumbrados, ¿Cómo podemos exigir a nuestros niños que “de buenas a primeras” cambien radicalmente su forma de vivir y socializar? ¿Cómo le explicas a un niño, cuya mayor fuente de aprendizaje es el juego, que los parques están prohibidos y que ya no puede correr por las calles libremente, como antes lo hacía? ¿Cómo le haces entender que es peligroso reunirse con sus mejores amigos y que ya no puede disfrutar con ellos horas diversión, jugando “a la casita”, “a los quemados”, “a las traes”, “a policías y ladrones”, “a ser una cantante “ o “actriz de telenovelas”?, ¿Cómo lidiar con nuestros testarudos adolescentes, que se niegan a dejar de visitar a sus amigos, para pasar con ellos una tarde de simple charla, y compartir lo que para nosotros resultan cosas triviales, pero que para ellos “vale la vida”? ¿Cómo los convences de que la única forma de contactar a sus amores platónicos es a través de una videollamada? ¿Cómo frenar esa ansia de vivir aventuras, protegidos en la calidez de la “tribu” o “palomilla”? ¿Cómo los convences de que realmente son tan vulnerables como todos los demás?
¿Cómo identifico señales de alarma en casa?
Indudablemente que todo este tipo de privaciones y modificación de hábitos y conductas, tiene efectos en su persona, y aunque muchas veces no las exteriorizan de forma inmediata, poco a poco van causando estragos, manifestándose finalmente en actitudes inusuales, que reflejan repercusiones emocionales, mismas que merecen ya una atención inmediata: Falta de sueño, cambios bruscos de humor, pérdida del apetito, falta de ánimo e iniciativa, disminución de la creatividad, intolerancia y frustración…
Por otro lado, la actual modalidad de clases en línea, a la par que constituye un valioso recurso para poder dar continuidad a la formación académica de nuestros hijos, recreando nuevos espacios y nuevas formas de interacción y socialización, también presupone un ambiente que puede tornarse riesgoso, si no se cuenta con la debida supervisión de los padres de familia o de algún adulto: La asombrosa facilidad con la que los menores pueden tener acceso a información no adecuada o a sitios o páginas no aptas para su criterio o edad, los ubica en una condición altamente vulnerable, con el riesgo de adoptar conductas inapropiadas o hábitos en detrimento de su salud y bienestar.
Por eso, ahora más que nunca, es indispensable estrechar el vínculo con nuestros hijos, sin pasar por alto las siguientes recomendaciones:
a) “Sana distancia” con el monitor de la computadora: Procurar una separación de 50 a 60 cm entre la computadora y nosotros. De lo contrario, se podría desarrollar el síndrome del ojo seco ocupacional, ya que normalmente parpadeamos 15 veces por minuto, pero al estar frente al monitor, parpadeamos entre 4 y 6 veces, lo que deriva en sequedad, ardor o visión borrosa.
b) “Regla 20-20-20”: Por cada 20 minutos que usemos una pantalla, debemos descansar los ojos por 20 segundos, viendo a lo lejos algo que se encuentre a 20 pies (6 metros), pudiendo fijar nuestra vista en cualquier objeto.
c) Mirada y postura recta: Procurar que la pantalla quede al nivel de nuestros ojos, o ligeramente más abajo, en un ángulo de unos 15°, al mismo tiempo que nos sentamos cómodamente con la espalda totalmente recargada en la silla.
d) Buena iluminación: La luz que irradian los monitores agota rápidamente la vista, sobre todo cuando sometemos a nuestros ojos a cambios bruscos de iluminación. Para evitarlo, es importante que la luz de nuestra habitación sea igual o mayor que la de nuestra pantalla.
e) La UNICEF recomienda a los padres actualizar todas las condiciones de seguridad que están a disposición en las computadoras, como filtros parentales. Recuerda que no por estar los niños dentro del hogar, están 100% seguros.
f) Tapar la cámara web cuando la computadora no está en uso, o cuando los niños estén solos, para evitar que personas ajenas puedan acceder a ellas.
g) Definir horarios para comer, descansar y jugar, ya que los niños “no pueden estar todo el tiempo frente a la pantalla de un teléfono o computadora”
Es muy cierto que tampoco es oportuno mantener a nuestros hijos “en una bola de cristal”, sobreprotegiéndolos y evitando para ellos cualquier tipo de frustración, pero también es cierto, que bajo nuestra guía y orientación, podemos colaborar oportunamente con el Colegio, cumpliendo la conjunta misión de forjar alumnos felices, así como mental y físicamente sanos.
AUTOR: Manuel Girón Mateos
Maestro en Ciencias de la Educación
Director Académico Primaria IDENAP
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