Dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta.
Saint - Exupéry, Antoine.
Hace algunos días celebramos una de las fechas con mayor impacto en la cultura del consumo, un día dedicado a celebrar el afecto que brindamos y recibimos y donde, según datos del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, se genera una derrama económica de aproximadamente 20 mil millones de pesos en nuestro país, por lo que podemos afirmar que el amor es un tema de interés para gran parte de la población. Afortunadamente, quienes convivimos de cerca con las infancias, somos fieles testigos de las múltiples muestras y expresiones de amor; a diario observamos abrazos, palabras de aliento, gestos de amabilidad y miles de notas con corazones dibujados, haciendo evidente que este tema va mucho más allá de un simple intercambio de objetos.
Nacemos siendo seres sociales, desde que somos bebecitos necesitamos el calor de alguien más para sentirnos protegidos, es a través del otro que adquirimos el lenguaje, en pocas palabras, permanecemos en compañía el resto de nuestra vida; es tan relevante el afecto que existen incluso ciencias dedicadas a su estudio y múltiples teorías y autores que intentan definir la mejor forma de relacionarnos con el otro (Leer más. "El arduo reto de trabajar las emociones en casa").
Se ha definido al amor como un proceso biológico en donde está involucrada la secreción de sustancias a nivel cerebral que en conjunto con nuestra historia personal genera pensamientos y sensaciones; hay quienes afirman que es una emoción básica y que nacemos per se con la capacidad de desarrollarla; o bien, que es un constructo social que vamos aprendiendo en nuestro paso por la cultura. Pero, ¿alguna vez le has preguntado a tu hijo qué significado tiene el amor para él? Ser bueno, hacer caso, tratar bien, ser cariñoso, tener conexión, cuidar, jugar, abrazar; son algunas de las respuestas que brindaron nuestros alumnos ante tal cuestionamiento, pues el vínculo más cercano y sólido que tienen es el de la familia.
Desafortunadamente, no todas las realidades son iguales. Según un informe realizado por UNICEF, en México 6 de cada 10 niños, niñas y adolescentes han sufrido métodos de disciplina violentos por parte de sus padres, madres o cuidadores; dichos métodos oscilan entre manotazos, gritos o negligencia emocional, lo cual vulnera no solo su bienestar actual generando sensaciones aflictivas como timidez, ansiedad o desesperanza, sino también su capacidad para aprender, así como el desarrollo cognitivo, personal, emocional y social y, por supuesto, los cimientos que forjamos en ellos para conducirse en la sociedad cuando sean adultos.
Al utilizar métodos autoritarios o agresivos de crianza, enviamos un mensaje erróneo sobre colaboración y obediencia, puesto que motivamos a que actúen con miedo o para evitar un castigo, privandolos de la oportunidad de comprender el sentido de lo correcto. Además, es posible que surja un deterioro en los lazos afectivos y que se pongan barreras de comunicación con los padres, madres o cuidadores.
Es común pensar que educar desde el amor es sinónimo de ser permisivos, consentidores o indisciplinados, sin embargo, la crianza con respeto permite dotar a nuestros hijos de herramientas, conocimientos y valores para guiar su propio comportamiento, puesto que estaremos llevando a cabo un conjunto de prácticas de cuidado, protección, formación y guía para favorecer su crecimiento favorable y armonioso. Ciertamente es una tarea demandante, pues involucra una serie de habilidades que nosotros mismos tendremos que desarrollar, como la gestión de emociones, el tiempo invertido, o la modificación de nuestros propios patrones de comportamiento; por ello, brindamos algunas sugerencias para ayudarte en el proceso:
Reacciona a su comportamiento mediante el diálogo; brinda explicaciones que le ayuden a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Niños, niñas y adolescentes son personas con derechos; evita dar órdenes sin explicar por qué; evita frases autoritarias como “porque lo digo yo”, “porque soy tu mamá/papá”.
Di SÍ siempre que sea posible; di NO cuando sea estrictamente necesario. Enséñale que muchas cosas pueden hacerse y que otras no pueden hacerse; ayúdale a que vea el mundo con una perspectiva social y no solo pensando en sí mismo.
Sé firme en lo que les pides y cumple con lo que les prometes. Procura que las normas sean conversadas y acordadas; fomenta que sean cumplidas por todos los involucrados; eres el espejo en el que se miran.
Ayúdale a encontrar el sentido de las actividades de la vida cotidiana. Evita premiar las responsabilidades propias de su etapa de desarrollo, pero enséñale a disfrutar el resultado de su esfuerzo, trabajo y colaboración.
Lleva a cabo estrategias de respiración o regulación emocional antes de reaccionar impulsivamente a través de formas violentas. Comparte tus emociones mediante la verbalización, esto hará que valide sus propias emociones aunque estas sean aflictivas y podrá desarrollar el valor de la empatía.
Demostrar a nuestros hijos que están en un lugar seguro, que son escuchados, comprendidos, orientados y arropados, hará que el vínculo familiar se fortalezca y que el desarrollo de todas las áreas que lo integran sea saludable y armonioso. Recordemos que las experiencias de la infancia trazan el camino que seguiremos el resto de nuestra vida; o, en sus palabras, el amor es algo que nunca se olvida.
Autor: Ariatna Sarahí Galván Martínez
Licenciada en Psicología, Diplomado en Crianza con Respeto, Derechos Humanos y Violencia Infantil, Especialista en Intervención con Niños en la Neurodiversidad.
Miembro del equipo de Psicopedagogía Sección Primaria
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